Diario de un Reportero
Ramsés Ancira
Ustedes, mi, nosotros, yo.
No he tenido la curiosidad de
muchos colegas de archivar en la memoria cual fue la fecha de aparición del
primer Diario de un Reportero.
Recuerdo sin embargo que el tema fue la película de Cuarón, Gravity que se estrenó en 2009, así que
debe tener unos seis años de existencia.
Recuerdo también que la intención
era llevar a manera de diario público, cosas que me ocurrían a mí al mismo
tiempo que podían acontecer a docenas, cientos o miles de personas. Escribir
sobre vivencias compartidas entre este que escribe y usted que me lee, aunque
no supiéramos, antes de encontrarnos en la pantalla de una computadora, que
habíamos vivido esas cosas similares.
Sentí fortalecerse ese lazo
cuando pude compartir con ustedes un asunto que no cualquiera se atreve a presenciar.
¿Cómo es el interior de una cárcel de la Ciudad de México? Ahora que lo escribo
pienso que llamarles reclusorios es un eufemismo completamente estúpido, igual
que recubrir de oro las rejas de una cárcel. Esto no le quita lo cárcel.
La serie reportero encubierto incitó a uno de mis lectores, Juan Manuel
Carrillo Flores, antiguo colega de Canal 40, a invitarme a escribir un libro
completo. Así lo hice y esto derivó en una obra que ganó el Premio de
Literatura Testimonial Carlos Montemayor, Reportero
Encubierto cuya ceremonia se realizó
en Chihuahua. Así pude pasar de periodista a la Enciclopedia de la literatura
en México, lo que me permitió una ficha en su Catálogo Bibliográfico.
Casi habían pasado 30 años desde
que otro trabajo periodístico, México en
su Memoria, fue incorporado al memorial del 68 de la Universidad Nacional
Autónoma de México. Más o menos el mismo tiempo que tarde en poder ingresar a
estudiar la carrera de historia en la misma casa de estudios. Antes,
académicamente hablando, solo me respaldaba un diplomado de la Universidad Iberoamericana.
Todo esto viene a cuento porque
esta vez es un reportero roto el que escribe estas líneas. Sucede que una serie
de acontecimientos se conjugó para tener un accidente. El primer domingo de
junio de 2018 fui invitado a ver a Los Folkloristas en el Teatro Juan Ruiz de
Alarcón. Cuando llegamos a casa no había nada en la despensa de manera que cené
dos grandes platos de leche con granola.
Al amanecer desperté con urgencia
de ir al baño, pero el primer escalón solía provocarnos resbalones que nunca
atendimos. Así que esa mañana no tomé el pasamano, me patiné y quién sabe si
por apoyarme en el brazo derecho al caer, o por deslizarme 13 escalones, acabé
con una fractura múltiple de húmero.
La fractura del húmero, que
representa el 1 por ciento de las lesiones por caída, significó una lesión del
nervio radial que se tradujo en “mano péndula”, lo que significa inmovilidad de
la muñeca y los dedos. La única solución para que no se rompiera el hueso en
pequeñas astillas irrecuperables fue poner cuatro tornillos para fijar el
hueso.
Casi en forma milagrosa a los dos
meses ya escribía en la computadora. El nervio radial se recuperó; sin embargo el húmero se divide en tres
partes, la proximal, cercana al hombro; la distal pegada al codo y la diáfisis,
que se encuentra a la mitad. Esta se separó.
A ocho meses del accidente el
dolor es tolerable; estando de pie puedo flexionar el codo y lo que es más importante
ya puedo escribir en el teclado a dos manos. Podría sobrevivir así, pero el
húmero jamás se unirá por sí mismo, de hecho ya se ha interpuesto tejido que impide la unión y la osificación. En
consecuencia hay que pulir los extremos para que no haya membrana entre los huesos.
Podría sobrevivir así, pero
tendría el hueso partido el resto de mi vida; o someterme a una operación y en
menos de seis meses saber si hay alivio. Decidimos con mi familia y mi doctora
que vale la pena correr el riesgo.
Aquí quiero compartirle una
información que podría servirle. No fume. Si se cae, por pequeño que sea el
impacto, el hueso de un fumador se hace poroso y se rompe más fácil. Tampoco
los clavos se fijan de la misma manera. La obesidad es otro problema que
complica las cosas al cirujano.
Tengo problemas con la autoridad.
La primera vez que fui al IMSS para calcular mi número de semanas cotizadas
quería que me salieran rayos como a Zeus para destruir las infames oficinas de
Gabriel Mancera. Todo era pretexto para no resolver las cosas. Meses después acudí a una sucursal en San
Ángel. La amabilidad con la que me atendieron superó el optimismo. Una persona
me explicó que sabía de muchas alianzas entre personal de la Afore Banorte y el
IMSS para despojar a personas de lo que les correspondía y me ayudó a registrar
empleos en los que ni siquiera sabía me habían dado esta prestación. Primera
conclusión: no todos los trabajadores del estado son iguales. Los hay muy
buenos, como otros muy malos.
Presentarse con un hueso roto a
las once de la mañana y ser atendido por un médico a las seis de la tarde, es
algo intolerable para el que sufre. Las personas más odiosas son las que se
encargan de verificar la vigencia del seguro. Uno llega a pensar que mientras
más alto es el nivel de estudios del personal, la atención es mejor, pero como
siempre las generalizaciones son mentirosas. Los encargados del archivo
clínico, de radiología, de la toma de sangre en ayunas pueden ser sumamente
gentiles, aunque nosotros, pacientes traumatizados muchas veces no podamos
apreciarlo.
Escuché a una enfermera pedirle pacientemente
a la hija de un señor que iba a ser sujeto de un trasplante en la rótula, que
por favor no distrajera a las ambulancias del IMSS y tratara de llegar al
hospital por sus propios medios. Piense le dijo, lo que cuesta un pequeño tornillo
de titanio para un implante dental en una clínica privada, por lo menos 3 mil
pesos. Imagine entonces el costo de un clavo o de una placa de más de 10
centímetros. Una cirugía que se va a programar no es una urgencia, pero se
puede distraer una ambulancia cuya llegada oportuna puede ser la diferencia entre
la vida y la muerte.
Piense ahora en los “call center”
que declaran pagos a sus empleados, mucho menores a los reales. Este dinero,
manejado con honradez por las autoridades, puede representar miles de
intervenciones para personas
accidentadas y pensiones dignas que ahora no se alcanzan.
He podido observar cambios reales
en el Seguro Social y son para bien, pero deben construirse más clínicas de
especialidades. Si la Ciudad de México se divide en 16 alcaldías, por lo menos
deberían existir ocho centros regionales de traumatología. También deben
hacerse rutas de traslado para atender a los pacientes en proceso de operación.
Imagínese a una persona con brazos, cadera, o piernas rotas trasladándose en peseros,
metros y camiones, para llegar a las 7 de la mañana a una clínica a tres horas
de camino. Eso para la prueba de sangre; porque al día siguiente necesitará una
radiografía de tórax, al siguiente un electrocardiograma, al otro una cita con
medicina interna, después una entrevista con el anestesiólogo y finalmente una
para que le den fecha de operación .
Como escritor independiente, no
tengo derecho al seguro social. Si me ha sido posible atenderme es gracias al
seguro facultativo que me proporciona la Universidad Nacional Autónoma de
México por ser alumno. Por cierto, que Manuel López Obrador vaya echándole
números a las nuevas universidades, porque no puede haber alumnos de primera y
otros de segunda, o lo que es lo mismo, alumnos con derecho al seguro social y
otros no.
Por ahora este reportero termina
su colaboración quebrado, no moral, pero si físicamente. Si la suerte y la
sabiduría de mi cirujano están de mi lado, espero encontrarle nuevamente para
contarle una nueva página de este diario. Ojalá que pueda llamarse reportero restaurado.