lunes, 11 de febrero de 2019

Reportero quebrado


Diario de un Reportero


Ramsés Ancira

Ustedes, mi, nosotros, yo.

No he tenido la curiosidad de muchos colegas de archivar en la memoria cual fue la fecha de aparición del primer Diario de un Reportero. Recuerdo sin embargo que el tema fue la película de Cuarón, Gravity que se estrenó en 2009, así que debe tener unos seis años de existencia.
Recuerdo también que la intención era llevar a manera de diario público, cosas que me ocurrían a mí al mismo tiempo que podían acontecer a docenas, cientos o miles de personas. Escribir sobre vivencias compartidas entre este que escribe y usted que me lee, aunque no supiéramos, antes de encontrarnos en la pantalla de una computadora, que habíamos vivido esas cosas similares.
Sentí fortalecerse ese lazo cuando pude compartir con ustedes un asunto que no cualquiera se atreve a presenciar. ¿Cómo es el interior de una cárcel de la Ciudad de México? Ahora que lo escribo pienso que llamarles reclusorios es un eufemismo completamente estúpido, igual que recubrir de oro las rejas de una cárcel. Esto no le quita lo cárcel.

La serie reportero encubierto incitó a uno de mis lectores, Juan Manuel Carrillo Flores, antiguo colega de Canal 40, a invitarme a escribir un libro completo. Así lo hice y esto derivó en una obra que ganó el Premio de Literatura Testimonial Carlos Montemayor, Reportero Encubierto  cuya ceremonia se realizó en Chihuahua. Así pude pasar de periodista a la Enciclopedia de la literatura en México, lo que me permitió una ficha en su Catálogo Bibliográfico.

Casi habían pasado 30 años desde que otro trabajo periodístico, México en su Memoria, fue incorporado al memorial del 68 de la Universidad Nacional Autónoma de México. Más o menos el mismo tiempo que tarde en poder ingresar a estudiar la carrera de historia en la misma casa de estudios. Antes, académicamente hablando, solo me respaldaba un diplomado de la Universidad Iberoamericana.

Todo esto viene a cuento porque esta vez es un reportero roto el que escribe estas líneas. Sucede que una serie de acontecimientos se conjugó para tener un accidente. El primer domingo de junio de 2018 fui invitado a ver a Los Folkloristas en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón. Cuando llegamos a casa no había nada en la despensa de manera que cené dos grandes platos de leche con granola.

Al amanecer desperté con urgencia de ir al baño, pero el primer escalón solía provocarnos resbalones que nunca atendimos. Así que esa mañana no tomé el pasamano, me patiné y quién sabe si por apoyarme en el brazo derecho al caer, o por deslizarme 13 escalones, acabé con una fractura múltiple de húmero.

La fractura del húmero, que representa el 1 por ciento de las lesiones por caída, significó una lesión del nervio radial que se tradujo en “mano péndula”, lo que significa inmovilidad de la muñeca y los dedos. La única solución para que no se rompiera el hueso en pequeñas astillas irrecuperables fue poner cuatro tornillos para fijar el hueso.
Casi en forma milagrosa a los dos meses ya escribía en la computadora. El nervio radial se recuperó;  sin embargo el húmero se divide en tres partes, la proximal, cercana al hombro; la distal pegada al codo y la diáfisis, que se encuentra a la mitad. Esta se separó.
A ocho meses del accidente el dolor es tolerable; estando de pie puedo flexionar el codo y lo que es más importante ya puedo escribir en el teclado a dos manos. Podría sobrevivir así, pero el húmero jamás se unirá por sí mismo, de hecho ya se ha interpuesto tejido  que impide la unión y la osificación. En consecuencia hay que pulir los extremos  para que no haya membrana entre los huesos.

Podría sobrevivir así, pero tendría el hueso partido el resto de mi vida; o someterme a una operación y en menos de seis meses saber si hay alivio. Decidimos con mi familia y mi doctora que vale la pena correr el riesgo.  

Aquí quiero compartirle una información que podría servirle. No fume. Si se cae, por pequeño que sea el impacto, el hueso de un fumador se hace poroso y se rompe más fácil. Tampoco los clavos se fijan de la misma manera. La obesidad es otro problema que complica las cosas al cirujano.

Tengo problemas con la autoridad. La primera vez que fui al IMSS para calcular mi número de semanas cotizadas quería que me salieran rayos como a Zeus para destruir las infames oficinas de Gabriel Mancera. Todo era pretexto para no resolver las cosas.  Meses después acudí a una sucursal en San Ángel. La amabilidad con la que me atendieron superó el optimismo. Una persona me explicó que sabía de muchas alianzas entre personal de la Afore Banorte y el IMSS para despojar a personas de lo que les correspondía y me ayudó a registrar empleos en los que ni siquiera sabía me habían dado esta prestación. Primera conclusión: no todos los trabajadores del estado son iguales. Los hay muy buenos, como otros muy malos.

Presentarse con un hueso roto a las once de la mañana y ser atendido por un médico a las seis de la tarde, es algo intolerable para el que sufre. Las personas más odiosas son las que se encargan de verificar la vigencia del seguro. Uno llega a pensar que mientras más alto es el nivel de estudios del personal, la atención es mejor, pero como siempre las generalizaciones son mentirosas. Los encargados del archivo clínico, de radiología, de la toma de sangre en ayunas pueden ser sumamente gentiles, aunque nosotros, pacientes traumatizados muchas veces no podamos apreciarlo.

Escuché a una enfermera pedirle pacientemente a la hija de un señor que iba a ser sujeto de un trasplante en la rótula, que por favor no distrajera a las ambulancias del IMSS y tratara de llegar al hospital por sus propios medios. Piense le dijo, lo que cuesta un pequeño tornillo de titanio para un implante dental en una clínica privada, por lo menos 3 mil pesos. Imagine entonces el costo de un clavo o de una placa de más de 10 centímetros. Una cirugía que se va a programar no es una urgencia, pero se puede distraer una ambulancia cuya llegada oportuna puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.

Piense ahora en los “call center” que declaran pagos a sus empleados, mucho menores a los reales. Este dinero, manejado con honradez por las autoridades, puede representar miles de intervenciones para  personas accidentadas y pensiones dignas que ahora no se alcanzan.

He podido observar cambios reales en el Seguro Social y son para bien, pero deben construirse más clínicas de especialidades. Si la Ciudad de México se divide en 16 alcaldías, por lo menos deberían existir ocho centros regionales de traumatología. También deben hacerse rutas de traslado para atender a los pacientes en proceso de operación. Imagínese a una persona con brazos, cadera,  o piernas rotas trasladándose en peseros, metros y camiones, para llegar a las 7 de la mañana a una clínica a tres horas de camino. Eso para la prueba de sangre; porque al día siguiente necesitará una radiografía de tórax, al siguiente un electrocardiograma, al otro una cita con medicina interna, después una entrevista con el anestesiólogo y finalmente una para que le den fecha de operación.

Como escritor independiente, no tengo derecho al seguro social. Si me ha sido posible atenderme es gracias al seguro facultativo que me proporciona la Universidad Nacional Autónoma de México por ser alumno. Por cierto, que Manuel López Obrador vaya echándole números a las nuevas universidades, porque no puede haber alumnos de primera y otros de segunda, o lo que es lo mismo, alumnos con derecho al seguro social y otros no.

Por ahora este reportero termina su colaboración quebrado, no moral, pero si físicamente. Si la suerte y la sabiduría de mi cirujano están de mi lado, espero encontrarle nuevamente para contarle una nueva página de este diario. Ojalá que pueda llamarse reportero restaurado.












Una kathedra en un minuto

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