martes, 23 de octubre de 2012

Mastorna, de Federico Fellini

A Isabel N. Compañera de un transbordo excesivamente breve
Entre 2007 y 2012, habremos visto unas 20 obras representadas en los teatros del Centro Nacional de las Artes. Hasta ahora Mastorna, adaptación del guión cinematográfico de Federico Fellini El Viaje de Mastorna, que nunca fue filmada, es una de las que más nos ha gustado.




Si yo encontrara un alma como la mía, cuantas cosas secretas, le contaría, es la frase de una canción que comparten dos obras sobre los sueños que se representan simultáneamente en México. Un sueño, de Strindberg y esta, Mastorna, basada en Fellini.

Esta última es una extraodinaria adaptación de Jesus Díaz, quien con la también extraodinaria aportación de David M. Garcia en la sonorización y asesoría musical, nos lleva al universo cinematográfico de Federico Fellini, particularmente a E La Nave Va, por su ambiente onírico.

Mastorna tiene otros dos elementos fellinescos, su pasión por las mujeres y los personajes de circo.

Mastorna es la escenificación de un sueño, con todo lo que pasa en un sueño, los mensajes ocultos de nuestro subconciente, la erotización que nos produce a muchos hombres el uniforme de una azafata, la cachondería que se atribuye a las personas dedicadas a  este oficio y que seguramente tiene mucho que ver porque son personas cuya vida depende totalmente de la pericia y la suerte de que no se atraviesen en la ruta de un misil gringo, para atribuirle el derribo a una organización terrorista y tener el pretexto de iniciar alguna guerra, como ocurrió en el 2001.

Es Mastorna el apellido de una mujer que habrá de cruzar los alpes, para encontrase súbitamente con otras azafatas, estas de corte fascista que le ofrecerán ser sus compañeras de viaje, pero no con las sonrisas y educación de una sobrecargo.

¿Un accidente o una pesadilla? Que cada quien concluya lo que desee. Lo importante es que Fellini y su adaptador mexicano, Jesus Díaz, nos dejan un pequeño resquicio por donde entra un rayo de luz y de esperanza de que la vida es sólo una estación, no una terminal definitiva.

Una kathedra en un minuto

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