Sin poner en duda su éxito en cartelera, el monólogo con Héctor Bonilla de Yo soy mi propia esposa daba la impresión de ser muy poca obra para tan gran actor. No se le puede reprochar, en sus propias palabras Bonilla considera que lo que hace grande a un actor es precisamente la diversidad de géneros, aquel que puede actuar en un musical, una tragedia o una farsa es un grande,
Bonilla sigue en el sur de la Ciudad y pasó de una obra cara, mala y que nada tiene que ver con la cultura mexicana, ni siquiera la de la diversidad sexual, a una mucho más cercana a nuestra realidad, divertida, naturalista, a precios populares y sobre todo... universitaria.
Es que es un verdadero placer ver a un grande de la actuación, un actor que llena grandes auditorios en teatros comerciales, en un pequeño teatro de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Con 50 años como actor y recobrándose de una operación en la cadera, Héctor Bonilla requería un papel especial, que no le obligara a demasiado movimiento. En Civilización, con el rol de un hombre decrépito, enfermo, corruptor de políticos e incapaz de gastarse el dinero que le queda en el resto de su vida, por lo cual desea dejar huella con una torre de 20 pisos, hace pasar una excelente velada a los espectadores.
Bonilla dice de su propio personaje que es un hombre despreciable y pederasta, pero hasta en la gente despreciable hay niveles y el público universitario le aplaude por quitarle un terreno a los legionarios de cristo, curas homosexuales según el solvente texto de
Luis Enrique Gutiérrez.
Bonilla no solo es uno de los mejores actores mexicanos, es un activista politico, uno de los más permanentes integrantes del Sindicato de Actores Independientes, co productor de Rojo Amanecer y detractor de los directores tiranos. Aquí, en Civilización se nota el excelente trabajo de equipo con Alberto Lomnitz y los actores Juan Carlos Vives, Mauricio Isaac y Salvador Velázquez.
Al final hay más de una razón para aplaudir de pie, no solo como homenaje al actor con medio siglo de trayectoria, un verdadero lujo de nuestros escenarios, sino a todo el conjunto, incluidos el escénógrafo que hace llover en el escenario y provoca que se remuevan los jugos gástricos con ese chicharrón con guacamole y otras exquisiteces,
Sólo una recomendación final, no vaya con mucho apetito porque podría darle un ataque de gula, como al reprimido villano solitario que se atreve a enfrentar a los discipulos de Marcial Maciel.
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