Hacer una comedia de la muerte no es fácil, aún en México, donde a decir popular "las calaveras nos pelan los dientes"; pero cuando se trata de una película que reune a docenas de personas que por diversas razones se han alejado de sus tradiciones y su cultura, ni la palabra tragicomedia, ni nostalgia o duelo pueden definir esta experiencia tan compleja.
Si tener origen judío en latinoamerica, es de por sí pertenecer a una minoría, resulta particularmente difícil haberse asimilado a una cultura distinta, tener una ilustración de izquierda, asemejarse más a Chaplin, Marx o Trotsky y luego, un día, de repente, tener que sentarse en el suelo, razgarse las vestiduras, prescindir de tu comida habitual y enfrentarte a tu pasado.
La historia sobre la que se teje el argumento de Morirse está en Hebreo, es la de un hombre culto, capaz de generar esquelas del Fondo de Cultura Económica o el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, fanático de los mariachis y de las pronunciadas curvas que se acentúan, en lugar de cubrirse por la ropa, como acostumbran las mujeres tradicionalistas judías.
Pero como ocurre con cualquier persona cuyos orígenes se remontan a otros continentes, es lógico que tenga lazos, visibles o invisibles, con una cultura milenaria de la que no se puede escapar; con gente cuyo motor de vida, esperanza en el porvenir y compromiso de generación en generación ha sido con las tradiciones.
Morirse está en Hebreo no les gusta a los judíos tradicionalistas porque no se imaginan a sus paisanas usando esos vestidos tan escotados, o como adictas a las drogas. Esas personas ignoran a las escritoras, directoras de cine, dramaturgas y políticas cuyos apellidos no solo parecen, son de origen judío, aunque han logrado ser lideresas por méritos que no están soportados por la proverbial solidaridad y la fuerza de la comunidad hebrea en el extranjero.
La película es un extraodinario documental, no solo de las tradiciones ancestrales, sino de la vida cotidiana de una notable minoría que, contra lo que se simplifica hasta la ñoñería, no solo vive del comercio o la industria, sino del intelecto y las profesiones liberales.
El afán de ser fiel a la realidad, lleva a su director y guionista hasta un departamento de Polanco que es la principal locación. No es necesario ser un experto en cine para suponer lo terriblemente complejo que debe haber sido conjuntar a un reparto tan extenso, con el equipo técnico necesario para filmar.
Al mismo tiempo que documenta, Morirse está en Hebreo hace arte, filosofía y hasta teología. No está excenta de humor negro cargado de compasión, como cuando el preso moribundo calma a las bestias que tiene de compañeros de celda, pidiendo una oración en hebreo, pues él cree que fue el idioma de Cristo.
El contraste de culturas -con esas sirvientas, felices porque los judíos no son tan diferentes, pues también dicen Amen, aunque desborden histeria porque se utilice un cuchillo de "leche" en un platillo que contiene "carne"- es otro de los aciertos capitales de una cinta aderezada por música nueva que suena antigua (Jacobo Lieberman es el autor) y las mexicanísimas Golondrinas.
La cinta es también arte y filosofía sobre todo por esos personajes traídos de quien sabe donde, que representan a la vez ángeles y rabinos sabios, personajes que, paradójicamente, no están representando nada porque su única tarea es ser quienes son.
La selección del reparto es más que notable, una oportunidad única para juntar en un periodo de menos de 100 minutos a muchas generacioes de talentos judeo-mexicanos.
Tal vez muchos no alcancen a comprender en su justa magnitud todos los valores que tiene Morirse está en Hebreo, película hablada en el idioma de Abraham, pero también en castellano y mexicano; sin embargo otra forma de decirlo es que su puesta en cartelera, coincidente con La Leyenda de la Nahuala, Mosquita Muerta, Malos Hábitos y varias películas más de directores mexicanos, nos habla de una revaloración por nuestro talento y capacidades que no se habían expresado, por lo menos en el cine, desde hace casi medio siglo.
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