jueves, 12 de febrero de 2015

Los mejores del planeta

Nueva York tiene a Broadway y su “off Broadway”, pero la ciudad de México tiene Coyoacán, la Obrera, el Centro Cultural del Bosque, San Jerónimo, la colonia San Rafael, la Santa María la Rivera, el Centro Histórico, y después de 30 años ha renacido el barrio teatral de la colonia Juárez donde se mantuvo “El Milagro”, pero ahora tenemos de nueva cuenta el complejo teatral Milán. Por su variedad, calidad y precio, la Ciudad de México ocupa el primer lugar mundial teatral del planeta.




El Jiménez Rueda es al teatro Clásico lo que el Blanquita es al teatro de Revista. A diferencia de Inglaterra donde hay una compañía Shakesperiana y de Francia donde hay una sede para la Comedie Francaise, en México desde Porfirio Díaz no contamos con un Teatro Nacional, cierto, está Bellas Artes, pero está dedicado a las otras bellas artes, la pintura, la música, la escultura, la danza y la literatura que tienen espacio todas las semanas, ya sea en el auditorio principal, o en la sala Manuel M. Ponce o en la Adamo Boari; pero el teatro es la excepción. La acústica es mala para la palabra hablada y peor para la dialogada.

El Jiménez Rueda hace las funciones de Teatro Nacional, es plural, alberga las obras más ambiciosas de la Compañía Nacional de Teatro. Ahora mismo presenta tres visiones de Coriolano, la de Shakespeare, la de Gunther Grass y la de Becket; también los mejores esfuerzos del teatro que se produce en los estados de la República Mexicana, destacándose el de Yucatán, Aguascalientes, Zacatecas y el Estado de México… pero está a punto de desaparecer y como van las cosas en el presupuesto, puede ser que sea para siempre.

Desde el terremoto de 1985 los edificios públicos en torno del Monumento a la Revolución quedaron muy dañados, solo funcionales para la burocracia de menor nivel en el PRI y para sórdidas oficinas policiales. El ISSSTE, dejó algunas oficinas mínimas y por uno de esos milagros que produce la necedad y constancia de las personas que más aman a México, algunas de las cuales trabajan para la Compañía Nacional de Teatro y otras que nos representan en la UNESCO, el Jiménez Rueda ha logrado sobrevivir… hasta ahora.
Con las cloacas que deja la CNTE en cada una de sus visitas, con el ruido infernal de manifestaciones partidistas, representar en el Jiménez Rueda es frecuentemente  un reto a la paciencia del más fuerte. El año pasado, sin embargo, en el Encuentro Nacional de los Amantes de Teatro se dio una estampa que conmovió a todos. A casi todas las funciones acudía una mujer, quien sabe con qué enfermedad, acompañada de una anciana. La deformidad de su rostro no le permitía hablar, su mandíbula desencajada la asemejaba a la caricatura humanizada de un rinoceronte y daba la apariencia de algún desequilibrio mental.

Pero ahí estaba en casi todas las funciones, a veces emitiendo un sonido gutural cuando el público se carcajeaba. No estábamos seguros si ella realmente tenía la capacidad de entender la obra, pero se fundía con nosotros, el resto del público, en la comunión de los sentimientos que nos provocaban los dramas y las comedias.

Nunca dio más molestias que esos espectadores obsesionados con el celular que parecen incapaces de dejar de chatear en el Facebook. Al final de la temporada se le quiso rendir un homenaje a esa espectadora constante, pero se presentaban tres o cuatro obras diarias y ya no la encontraron en la clausura.

Algo de un tal Shakespeare, El Final, Asimov, Sólo un Hombre, Otto, La Vida es Sueño, Coriolano, El Camino del Insecto, Anamnesis, El Juego de Yalta, Los Ojos de Ana, Perro sin Raza…Si sólo pusiéramos el nombre de las obras de teatro que se presentan actualmente en la Ciudad de México, gratuitas muchas y otras a un costo de menos de tres dólares necesitaríamos tres cuartillas.

Aun así falta mucha coordinación y las obras no tienen todo el público que se merecen. La tarjeta capital social del gobierno del Distrito Federal, por ejemplo, otorga a los usuarios una entrada a Cinépolis una vez al mes; sin embargo nada dicen del teatro Sergio Magaña en la Santa María la Rivera, el Esperanza Iris en Donceles o el Foro A poco No, en el centro histórico, donde muchas funciones magistrales se quedan con asientos vacíos.

De esa inmensa variedad, por tomar una muestra, quisiéramos hablar del juego de pingpong llamado Anamnesis, de Jaime Chabaud. Basado en El Rey Lear, de Shakespeare. La comparamos con un juego de tenis, porque tres actores nos hacen menear la cabeza de un lado a otro del escenario durante casi toda la representación. El director del teatro Sergio Magaña nos dice que la obra se trata de todas las cosas maravillosas que tenemos y no valoramos. El costo del boleto es de unos 100 pesos, pero si usted llega a la taquilla y dice que no tiene para pagar, seguro entra gratis.

Un estudio de la UNAM arrojó el sorprendente resultado de que una mayoría de los mexicanos es feliz, aunque muchos no se explican porque. En la Ciudad de México tenemos la mayor variedad, riqueza, profesionalismo, baratura, dramaturgia, barrios teatrales y descuentos para estudiantes, personas de la tercera edad y maestros de todo el teatro del planeta. Es más en el Centro Cultural del Bosque hay muchas funciones en las que basta presentar la credencial de la secundaria o la prepa para entrar gratis.


No lo sabemos, no lo presumimos, no lo valoramos, pero quizá el teatro sea una de las razones de esa felicidad que tenemos los habitantes de esta metrópoli, aunque no la comprendemos. 

Una kathedra en un minuto

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