México, 1864. Cuando el pelotón de fusilamiento hizo su última descarga, Maximiliano de Habsburgo empezó una nueva vida. A cambio de no revelar jamás su identidad, Juárez, masón como el archiduque, le perdonó la vida y le dio un salvoconducto paraEl Salvador donde el emperador vivió bajo el nombre de Justo Armas. Así lo asegura el investigador Rolando Deneke que durante quince años ha reunido numerosas pruebas que cambian el rumbo de la historia.
Actualizado 04/03/2001 - 00:33:31
Benito Juárez publicó un edicto poco después de que Maximiliano de Habsburgo fuera fusilado en el Cerro de Las Campanas en Querétaro en 1864 junto a los generales Mejías y Miramón. El escueto comunicado decía que «el Archiduque Fernando Maximiliano José de Austria había sido hecho justo por las armas». Poco tiempo después, apareció en El Salvador un hombre culto, elegante y de esmerada educación, que se hacía llamar Justo Armas y que pronto llegó a convertirse en un personaje muy apreciado dentro de la alta sociedad salvadoreña. Este hombre, que guardaba un parecido asombroso con el emperador de México, siempre se mostró reacio a contestar cualquier pregunta que se le hiciera sobre su pasado y solía presentarse a sí mismo como el único superviviente de un gran naufragio.
QUINCE AÑOS DE INVESTIGACIONES
Después de quince años de intensas y dilatadas investigaciones en El Salvador, Bélgica, Francia, México y Austria, Rolando Deneke, arquitecto de profesión pero apasionado por la historia, no tiene ninguna duda de que Justo Armas y Maximiliano de Austria eran una misma persona. La primera noticia de esta doble identidad la tuvo cuando era pequeño, pues su abuela Consuelo le contaba a menudo «cosas de Don Justo, a quien había conocido mi bisabuela Abelina. Ella insistía en que Justo Armas había sido el emperador de México y yo no cuestioné nunca esta historia por respeto, aunque no la creía. Pero a medida que crecía me fui interesando cada vez más por la historia y cuando tuve la oportunidad de visitar Austria aproveché el viaje para obtener datos y lo mismo hice en otros países. Ahora ya no me cabe ninguna duda».
Deneke ha encontrado documentación que muestra que Justo Armas ya estaba establecido en San Salvador en 1870. Cuando llegó a este país fue acogido por Gregorio Arbizú, vicepresidente y canciller en el Gobierno del presidente Francisco Dueñas y masón. Desde entonces y hasta su muerte Armas fue asesor de todos los presidentes de El Salvador y se encargó del protocolo de la cancillería y también de dirigir los servicios de los banquetes diplomáticos.
«Llamaba mucho la atención —afirma Deneke—, porque, a pesar de ser un hombre impecablemente vestido y de exquisito trato, no usaba calzado; elegantemente vestido recorría las calles de San Salvador y dirigía el servicio de banquetes completamente descalzo. Nunca le reveló a nadie el motivo de esta excentricidad, aunque se sabe con certeza que se vio amenazado por un grave peligro de muerte y, sin mayor esperanza de ser salvado, le prometió a la Virgen ir descalzo el resto de su vida si conseguía salvarse. Justo Armas hablaba de un naufragio y la esposa de Maximiliano, la emperatriz Carlota, ordenó hacer un grabado para comunicar la muerte de su esposo a las casas reales europeas en el que se le veía hundiéndose en un barco y abrazado a una bandera blanca».
FRATERNIDAD MASÓNICA
Pero, ¿por qué Benito Juárez, el hombre que juró acabar con los invasores extranjeros de su país, decidió perdonarle la vida al archiduque y se prestó a organizar un simulacro de su muerte? «Maximiliano de Habsburgo y Benito Juárez eran masones y siendo hermanos masones, Juárez no lo podía matar —explica Deneke—. La única salida que le quedaba era la de matar al emperador, pero salvar al hombre. El archiduque juró no revelar nunca más su identidad, fingieron su fusilamiento y le proporcionaron un salvoconducto para venir a El Salvador en donde vivió más de 60 años, pues falleció a la edad de 104».
Para Déneke son muchos los datos que apoyan esta historia que más parece un relato de ficción y que, de hecho, ya ha sido excelentemente novelada por el diplomático español Santiago Miralles en «La Tierra Ligera» (Ediciones de La Discreta). Una teoría que además de ser «ben trovata» parece «vera» si nos atenemos a los hechos tal y como los cuenta Deneke: «Después del fusilamiento, todas las potencias europeas presionaron a México para que devolviera el cadáver de Maximiliano y México respondía que por motivos de fuerza mayor les era imposible acceder a sus peticiones. Tengo copias de las fotografías de tres posibles cadáveres del emperador que no se parecen entre sí y que tampoco se parecen a Maximiliano. Cuando el supuesto cadáver llegó a Austria, siete meses después de su ejecución, su madre, la archiduquesa Sofía, exclamó que ése no era su hijo».
Además, en mayo de 1864 —un mes antes de ser fusilado en Querétaro—el austriaco, aduciendo razones de salud, dejó de comparecer en el juicio que se llevaba contra él y ni siquiera acudió a la lectura de la sentencia. Fueron muy pocas las personas que pudieron verle en los últimos días, como si se le quisiera tener expresamente apartado del mundo. El día señalado sólo una veintena de personas acudieron al lugar de la ejecución y fueron mantenidos a gran distancia por un cordón de soldados. Para formar el pelotón de fusilamiento reclutaron a un grupo de campesionos que no habían visto nunca antes al emperador.
PRUEBA DE ADN POSITIVA
Pero hay más datos que refuerzan la tesis de Deneker. «Existía un extraordinario parecido entre las facciones de Maximiliano, Justo Armas y Francisco José de Austria. Un estudio antropológico de comparación craneo-facial hecho por una antropóloga costarricense dio resultados positivos. Contando con la autorización de la familia adoptiva de Don Justo (los Arbizú) y con todos los permisos legales, se tomo una muestra de los restos óseos de Armas con el propósito de llevar a cabo la prueba más contundente para la identificación, el ADN. Recientemente, cuando encontraron los restos del último zar de Rusia, el Príncipe Felipe de Edimburgo sirvió como donante para el examen de ADN, pues su abuela materna era hermana de la zarina Alejandra. En nuestro último viaje a Austria conseguimos una muestra de sangre de una pariente de Maximiliano por la línea materna directa para poder llevar a cabo la prueba que dio positiva. Como positivo fue también el estudio grafológico que se realizó en Florida comparando la letra de Armas con la del archiduque».
Otro dato que refuerza esta teoría es que Justo Armas conservaba en su casa objetos —vajilla, cristalería, cubertería, una cajita de oro de rapé...— que habían pertenecido a Maximiliano de Habsburgo y que una mano invisible le enviaba desde México. «En uno de mis viajes a México —comenta Deneke— pude comprar algunas piezas de la cubertería de Maximiliano que he podido comparar con cucharas y tenedores de la cubertería de Don Justo. Son idénticas. Además, en París llevé todas estas piezas a la casa Christofle, que había hecho los cubiertos del archiduque, y me aseguraron que eran de la misma cubertería e intentaron comprármelas para su museo».
Pero las coincidencias no terminan aquí. En plena I Guerra Mundial, Don Justo Armas recibió la visita de dos emisarios austriacos a los que no quiso recibir en su casa. Por mediación del alemán Alexander Porth, que era propietario del «Nuevo Mundo», el mejor hotel de San Salvador, Don Justo acudió a la cita después de dos negativas. «La hija de Porth, Doña Fe, que murió hace diez años y sabía hablar bien el alemán, me contó cómo fue este encuentro. Estaba interesada por el comportamiento de Don Justo, ya que recibía de él clases de etiqueta y no comprendía por qué se mostraba tan reacio a recibir a estos señores y por qué cuando asistió a la cita, ésta tuvo lugar en la habitación de los austriacos y no en uno de los salones. Al encontrarse casualmente por allí pudo oir la conversación en la que se le pedía a Don Justo que volviera a Austria porque Francisco José estaba muy enfermo y debía subir al trono. Según contaba Doña Fe, Armas se negó rotundamente y dijo que en su día se le había obligado a renunciar al trono a él y a sus herederos, pues su hermano le hizo firmar esta renuncia antes de ir a México, aunque cuando le condenaron a muerte la revocó. Dijo que era un hombre anciano, que quería que le dejaran en paz y abandonó la habitación dando un portazo».
También resulta significativo que no se rompieran los sellos del archivo personal de Maximiliano, que él mismo mandó desde México antes de su caída, hasta mil novecientos treinta y muchos. Y Justo Armas falleció en 1936. «Parece increíble pensar —concluye Deneke— que el emperador Maximiliano de México viviera en El Salvador por más de sesenta años descalzo y sin poder revelar su verdadera identidad. Pero ya no tengo ninguna duda y creo que el hecho cambia el rumbo de la historia y crea las bases para trazar nuevos lazos de amistad entre El Salvador, México y Austria».