sábado, 22 de enero de 2011

Papá está en la Atlántida

...o en Atlanta, para un niño abandonado es lo mismo.

Dice el lugar común que los niños y los viejos siempre dicen la verdad.

En Papá está en la Atlántida la frase hecha se convierte en teatro cuando dos actores "de la tercera edad" interpretan conmovedoramente a dos niños de ocho y 12 años de edad respectivamente.

Dos niños huérfanos de madre, con un padre en difícil situación económica, quien sólo puede alimentarlos de fideos y frijoles, son encomendados a una mujer anciana, a la que nunca vemos, pero que podría parecerse a la Sara García de los Tres García, al menos por la mano suelta empuñando un bastón.

En el estilo argumental de Mi Vida como Perro (Lasse Halstrom, 1985) el dramaturgo Javier Malpica cuenta la historia de dos hermanos, desterrados por el destino de una de las ciudades más grandes del mundo, para tener que soportar el mote de chilangos en un país dividido, inhóspito, racista y cruel con los propios mexicanos.

Sin un lenguaje cursi ni adulterado, aunque quizá sí demasiado adulto, los actores Enrique Ballesté y Eduardo López nos conducen por el curso de un naufragio, del centro al norte del país y más arriba. 

Huérfanos, arrimados y apestados, de acuerdo al refrán que reza que los muertos y los arrimados a los tres días apestan, estos infantes serán los que naufraguen a pesar de que lo que se hundió fue la Atlántida y no Sonora, donde serán víctimas del prohibido trabajo infantil y de injustas acusaciones de robo que harán su vida insoportable porque no solo tienen la condición de huérfanos, sino de chilangos, en un país donde los fraudes electorales, la transa, el abuso y la violencia, son atribuidos a los habitantes del centro de México.

La enérgica actuación de dos hombres de edad avanzada, le da a la obra un toque único confirmando que el mejor teatro del planeta se presenta en la poco presumida cartelera de la Ciudad de México. No faltan siquiera algunas canciones, aunque sobrias,  para acabar de demostrar el talento en escena.

No sin antes mencionar que la obra se presenta sólo hasta la primera semana de febrero, en el Teatro Milán, de la calle del mismo nombre a espaldas de Paseo de la Reforma, dejamos la conclusión de esta reseña a la publicación electrónica Enkidu, de donde tomamos las fotografías para compartirlas con nuestros lectores,

Destaca la sobriedad de la puesta en todos y cada uno de sus detalles: esculturas que dan la idea del campo y del desierto, de Rosa Luz Marroquín; vestuario de Angustias Lucio; música original de Armando Corado; diseño gráfico de Ricardo Anaya; carpintería de Sagrario Orta; iluminación y producción ejecutiva de Caín Coronado; y todo a cargo del director y diseñador de espacio: Jesús Coronado (miembro del Sistema Nacional de Creadores Artísticos FONCA).

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Una kathedra en un minuto

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