Autor Ramsés ANCIRA
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Desde el pequeño edificio de donde descendía Salgado no tenía ángulo de tiro a la Calzada Melchor Ocampo, a 1, 500 metros de distancia, a 19 minutos de recorrido a pie a paso lento. Si lo hubiera tenido, habría tenido oportunidad de acusar ¡Fue el Ejército!, tal como exclamarían los padres de Ayotzinapa 44 años más tarde.
Pero es la tarde del 10 de junio de 1971 y Ayotzinapa, para efectos prácticos, está tan lejos de la mirada de Armando como las tanquetas sobre Melchor Ocampo que comprobarían un operativo de estado contra la manifestación estudiantil, la primera de importancia desde la masacre de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968.
¿Cuántos segundos separaban la azotea de la acera que afanosamente intentaba pisar Armando? Los que fueran serían los mismos que tardaría el policía en mirar detrás de los tinacos y convencerse de que el impertinente fotógrafo ya no estaba ahí.
- Cálmate Armando – se decía a sí mismo recordando la fotografía del disparo de bazuca al portón histórico de San Ildefonso- también te creías el rey de todo el mundo por esa foto y no pasó nada.
Cuando el jefe policíaco vio como saltaba Salgado a la acera buscó instintivamente su radio para alertar a sus compañeros y que lo interceptaran de cualquier forma. No lo llevaba consigo. Levantó las manos buscando algún apoyo que no encontró. Quiso gritar, pero hubiera sido inútil, no lo habrían escuchado.
Otra puerta se abrió en su camino y Armando encontró un refugio más seguro, mientras, terminaría de oscurecer y podría llevar sus gráficas a Por Qué.
13 días más tarde la portada de Por qué? lucía este encabezado A NADIE ENGAÑA EL REGENTE LA MATANZA FUE OFICIAL