Fotografía y textos: Ramsés Ancira
Una marca de pantalones vaqueros
alegró la jornada futbolera en el Zócalo de la Ciudad de México, seguida por
centenares de personas a través de tres pantallas, una tan grande como la de un
cine y otras dos, a los costados, que se podían observar con detalle desde el
asta bandera en medio de la plaza de aproximadamente 20 mil metros cuadrados,
contando solo la plancha.
El ex presidente José López Portillo
decía a propósito de las concentraciones en el Zócalo que le daban la impresión
de células, y que al entrar y salir gente de los grupos parecían como vacuolas
digestivas y vesículas excretoras. En efecto 10 minutos antes de las once de la
mañana concentraciones de 50 a 100 personas se formaban en grupos a los lados
de una valla central y otros, quizá menos tímidos, de plano se sentaban en el
piso lo más adelante que les permitía otra valla de policías.
Entre los uniformados, y los
grupos de aficionados, una línea de fotógrafos se encontraba de espaldas a las
pantallas gigantes, sin poder ver el encuentro y más pendientes de la reacción
de la gente.
Quienes se encontraban al oriente
de la plaza, hacia Palacio Nacional, casi todos tenían las manos vacías, en
cambio del lado poniente se formaron grandes filas para tomar los cartones con
palomitas de maíz que obsequiaban dos bellas edecanes contratadas por la firma de pantalones de mezclilla.
Ahí regalaban también globos cilíndricos y los clásicos
telescopios armados con dos espejos yuxtapuestos, para que los más cortos de
estatura pudieran ver por encima de las cabezas de las personas que se
encontraban de pie delante de ellos.
En realidad no era necesario
porque la altura de las pantallas permitía que todos pudieran ver y oír
cómodamente.
En algunos sectores se cantó el
himno nacional y se saludó respetuosamente la bandera al tiempo que se
proyectaba en las pantallas la barrera del equipo mexicano, pero fueron los
menos, quizá porque la mayoría de los espectadores se encontraba de espaldas al
asta bandera, donde el lienzo tricolor caía inerte ante la ausencia total de
viento lo que aumentaba la sensación de calor.
Exactamente lo opuesto a lo que
se veía en las pantallas: una lluvia fuerte completamente opuesta a la costumbre, según informaba el narrador
de Televisa, señal elegida por los organizadores del evento en el Zócalo. En
Natal, decía, las lluvias suelen ser cortas y detenerse cuando mucho en 15
minutos ¿Qué hubiéramos dado los que pisábamos la plancha del Zócalo por un
poco de esa brisa húmeda?
Niños de 11 años, o incluso de más
edad, eran consentidos por los padres quienes los cargaban sobre sus hombros,
mientras que otras niñas, de aproximadamente 16 recibían el mismo
consentimiento, pero estas de parte de sus enamorados. Parecía que la población
masculina estaba de humor y con ganas de hacer algún esfuerzo, como si de eso
dependiera el éxito de su selección.
…e inició el partido
El minuto 11 fue el momento en
que la imagen de esas células, integradas ya por grupos de más de 600 personas
cada una se sacudieron como los tlaconetes cuando les ponen sal. El árbitro
colombiano Wilmar Roldan había anulado el gol.
En cambio la segunda vez la
imagen fue más parecida a la de un terremoto, la gente se sacudió en el minuto
29 y luego como que se congeló, varios segundos se quedó pasmada al enterarse
de que el juez de línea volvía a anular el gol de Giovanni, por un fuera de
lugar que ninguno de los televidentes pudimos observar.
Al medio tiempo, como por arte de
magia, se disolvió la concentración, parece que varios aficionados se habían
detenido como hipnotizados, olvidándose que habían salido de sus centros de
trabajo solo para realizar un encargo y ahora tenían que apresurarse a
regresar. Otros avanzaron hacia las tiendas del centro histórico donde
planeaban hacer alguna compra, dispuestos a regresar más tarde,
Mientras tanto, a unas calles de
ahí, sobre Bolivar, el Museo Interactivo de Economía había tenido menos éxito
para convocar al público con sus 16 pantallas gigantes, cuatro en cada lado del
cuadrángulo de su patio central.
Ahí el público estaba integrado
por grupos escolares de primaria que lograron convencer a sus maestros de
detenerse un rato para ver el segundo tiempo, después de recorrer el museo, y
antes de subirse a los camiones.
Las pantallas, aunque enormes,
eran de poca resolución, oscuras. Aquí, al contrario de lo que ocurrió en el
Zócalo, se decidieron por la televisora Azteca.
El grito de la chiquillada
retumbó entusiasta en las paredes del edificio del siglo XIX cuando al minuto
60 llegó el gol con el que la selección mexicana alcanzaba los 3 puntos que lo
ponen por lo pronto junto a Brasil en el
liderazgo de su grupo.
Los niños no se enojaron tanto
como los adultos cuando “Chicharito” en una oportunidad que parecía imperdible
reaccionó demasiado rápido y en lugar de reposar el balón le disparó con tanta
fuerza que quedó muy, pero muy por arriba del marco de Camerún.
Desde el Mundial de 86 - les
decía un maestro- la Selección Mexicana
ha pasado 7 veces a octavos de final y ya después lo eliminan, hay que
divertirse mientras dure, pero hay cosas mucho más importantes que tenemos que
hacer por nuestro país y no olvidarnos que es sólo un juego.
Los niños se formaron en varias
filas y salieron del museo. Esperaban llegar pronto a la escuela para que los
recogieran sus padres y comentar las emociones que vivieron al ver un juego
celebrado en medio de un torrencial
aguacero, desde una ciudad calurosa, seca y muy soleada.