viernes, 13 de junio de 2014

Crónica del Mundial desde el Centro Histórico México - Camerún


Fotografía y textos: Ramsés Ancira
 

Una marca de pantalones vaqueros alegró la jornada futbolera en el Zócalo de la Ciudad de México, seguida por centenares de personas a través de tres pantallas, una tan grande como la de un cine y otras dos, a los costados, que se podían observar con detalle desde el asta bandera en medio de la plaza de aproximadamente 20 mil metros cuadrados, contando solo la plancha.



El ex presidente José López Portillo decía a propósito de las concentraciones en el Zócalo que le daban la impresión de células, y que al entrar y salir gente de los grupos parecían como vacuolas digestivas y vesículas excretoras. En efecto 10 minutos antes de las once de la mañana concentraciones de 50 a 100 personas se formaban en grupos a los lados de una valla central y otros, quizá menos tímidos, de plano se sentaban en el piso lo más adelante que les permitía otra valla de policías.


Entre los uniformados, y los grupos de aficionados, una línea de fotógrafos se encontraba de espaldas a las pantallas gigantes, sin poder ver el encuentro y más pendientes de la reacción de la gente.

Quienes se encontraban al oriente de la plaza, hacia Palacio Nacional, casi todos tenían las manos vacías, en cambio del lado poniente se formaron grandes filas para tomar los cartones con palomitas de maíz que obsequiaban dos bellas edecanes contratadas por la  firma de pantalones de mezclilla.

Ahí regalaban  también globos cilíndricos y los clásicos telescopios armados con dos espejos yuxtapuestos, para que los más cortos de estatura pudieran ver por encima de las cabezas de las personas que se encontraban de pie delante de ellos.

En realidad no era necesario porque la altura de las pantallas permitía que todos pudieran ver y oír cómodamente.



En algunos sectores se cantó el himno nacional y se saludó respetuosamente la bandera al tiempo que se proyectaba en las pantallas la barrera del equipo mexicano, pero fueron los menos, quizá porque la mayoría de los espectadores se encontraba de espaldas al asta bandera, donde el lienzo tricolor caía inerte ante la ausencia total de viento lo que aumentaba la sensación de calor.

Exactamente lo opuesto a lo que se veía en las pantallas: una lluvia fuerte completamente opuesta  a la costumbre, según informaba el narrador de Televisa, señal elegida por los organizadores del evento en el Zócalo. En Natal, decía, las lluvias suelen ser cortas y detenerse cuando mucho en 15 minutos ¿Qué hubiéramos dado los que pisábamos la plancha del Zócalo por un poco de esa brisa húmeda?

Niños de 11 años, o incluso de más edad, eran consentidos por los padres quienes los cargaban sobre sus hombros, mientras que otras niñas, de aproximadamente 16 recibían el mismo consentimiento, pero estas de parte de sus enamorados. Parecía que la población masculina estaba de humor y con ganas de hacer algún esfuerzo, como si de eso dependiera el éxito de su selección.

…e inició el partido

El minuto 11 fue el momento en que la imagen de esas células, integradas ya por grupos de más de 600 personas cada una se sacudieron como los tlaconetes cuando les ponen sal. El árbitro colombiano Wilmar Roldan había anulado el gol.


En cambio la segunda vez la imagen fue más parecida a la de un terremoto, la gente se sacudió en el minuto 29 y luego como que se congeló, varios segundos se quedó pasmada al enterarse de que el juez de línea volvía a anular el gol de Giovanni, por un fuera de lugar que ninguno de los televidentes pudimos observar.

Al medio tiempo, como por arte de magia, se disolvió la concentración, parece que varios aficionados se habían detenido como hipnotizados, olvidándose que habían salido de sus centros de trabajo solo para realizar un encargo y ahora tenían que apresurarse a regresar. Otros avanzaron hacia las tiendas del centro histórico donde planeaban hacer alguna compra, dispuestos a regresar más tarde,

Mientras tanto, a unas calles de ahí, sobre Bolivar, el Museo Interactivo de Economía había tenido menos éxito para convocar al público con sus 16 pantallas gigantes, cuatro en cada lado del cuadrángulo de su patio central.



Ahí el público estaba integrado por grupos escolares de primaria que lograron convencer a sus maestros de detenerse un rato para ver el segundo tiempo, después de recorrer el museo, y antes de subirse a los camiones.

Las pantallas, aunque enormes, eran de poca resolución, oscuras. Aquí, al contrario de lo que ocurrió en el Zócalo, se decidieron por la televisora Azteca.

El grito de la chiquillada retumbó entusiasta en las paredes del edificio del siglo XIX cuando al minuto 60 llegó el gol con el que la selección mexicana alcanzaba los 3 puntos que lo ponen por lo pronto  junto a Brasil en el liderazgo de su grupo.

Los niños no se enojaron tanto como los adultos cuando “Chicharito” en una oportunidad que parecía imperdible reaccionó demasiado rápido y en lugar de reposar el balón le disparó con tanta fuerza que quedó muy, pero muy por arriba del marco de Camerún.

Desde el Mundial de 86 - les decía un maestro-  la Selección Mexicana ha pasado 7 veces a octavos de final y ya después lo eliminan, hay que divertirse mientras dure, pero hay cosas mucho más importantes que tenemos que hacer por nuestro país y no olvidarnos que es sólo un juego.

Los niños se formaron en varias filas y salieron del museo. Esperaban llegar pronto a la escuela para que los recogieran sus padres y comentar las emociones que vivieron al ver un juego celebrado  en medio de un torrencial aguacero, desde una ciudad calurosa, seca y muy soleada.

Una kathedra en un minuto

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