Recientemente presencié una escena que llamó mi atención. Después del partido de futbol entre Guadalajara y Universidad, dos amigas salieron del Estadio México 68 y caminaron hacia el norte por Insurgentes Sur. El camino es accidentado y seguramente la aficionada de los Pumas dio un mal paso y se torció el tobillo. La aficionada del equipo rayado estuvo apoyándola física y moralmente mientras pasaba el dolor. Quizá no tenga la menor importancia pero me sentí sensible al hecho de que las rivalidades deportivas no nos hacen perder conciencia del valor del otro, ojalá que así pudiera darse en otros campos de la vida, como los partidos políticos o la competencia entre escuelas de educación superior. El fútbol es un juego, toda la vida debería serlo.